El Evangelio de los cerdos
En la misa del lunes, el cura recitó el pasaje del endemoniado de Gerasa del Evangelio de san Marcos. Siempre me ha parecido de los más misteriosos y enigmáticos. Solo hay que tratar de imaginar la escena de forma realista. Apenas Jesús desembarcó, apareció un endemoniado furioso, al que ninguna cadena podía detener. Al verlo llegar, se dirige a Él y le pide que no lo atormente. Jesús le pregunta por su nombre y le contesta que se llama Legión, porque son muchos. Cristo le ordena que dejen al hombre pero ellos, sin poder para negárselo, le ruegan que les deje ir a la piara de cerdos que está en la colina. Cristo se lo permite, estos lo hacen, la piara se lanza por un barranco y se ahoga en el mar.
No se como se habrá quedado el dueño de los cerdos al ver que sus queridos se tiraban endemionados por un acantilado. Tal vez fue uno de los que, aunque Cristo haya exorcizado al pobre hombre, le pidieron que se vaya de su región. El endemoniado, por su parte, le pregunta si puede ir con Él y Cristo le dice que no; debe quedarse ahí y contar al resto lo que ha visto. Normalmente, les pide a los curados que se queden callados.
En Los hermanos Karamazov, en el diálogo entre Ivan y Aliosha, al referirse a las tentaciones de Cristo en el desierto, Dostoyevski escribe que “solo por esas preguntas, por el simple milagro de su formulación, se comprende que no se trata de una inteligencia humana corriente, sino de una inteligencia eterna y absoluta. Pues en esas tres preguntas está como englobada y profetizada toda la historia sucesiva del hombre…”. Y eso también habrá pensado de este pasaje, el cual cita al inicio de Los demonios, haciendo alusión al ateísmo y comunismo que se apoderaba de los jóvenes rusos y conducía a su querida patria hacia el abismo de la revolución que había profetizado con tanta claridad en dicha novela.
Sin embargo, todavía nos queda la duda de por qué Cristo permite a los demonios poseer a los cerdos. En Gracia de Cristo, Enrique García-Máiquez intenta aproximar una respuesta al misterio. Se pregunta lo siguiente: “¿Lo permite por reírse de ellos con la performance de un epigrama porcuno? Jamás, primero porque la iniciativa es de los demonios y, segundo, porque Jesús ya tenía pensado levantar la maldición a los cerdos. Lo hace sencillamente por tener una delicadeza. Que luego los demonios en los cerdos se tiren cerro abajo y los ahoguen en el mar obedece a su propia dinámica eterna de rechazar cerrilmente la piedad incansable de Dios”. El cura, por su parte, apuntó al misterio del problema del mal que intentamos dilucidar el semestre pasado en Teodicea. Por mi parte, mejor lo dejo ahí. Queda toda una vida para seguir buscando una respuesta a esos cerdos tirándose por un acantilado.