Parténope
La costa italiana, veranos eternos, balcones imponentes, bustos clásicos, la belleza andante saliendo del mar y caminando por la playa, y los ojos de todos los hombres fijos en esa sublimidad que no deja a nadie indiferente. El espíritu contemplativo yace sobre Nápoles y el objeto de su contemplación es una mujer, Parténope, que, poco a poco, va tomando conciencia de “la disrupción que causa su belleza”, en palabras de John Cheever, encarnado por Gary Oldman.
Sin embargo, esa gracia, esa presencia y esa hermosura tan abundante y aplastante que ella causa y de la cual se aprovecha, con el transcurrir de los años, lleva a concluir que nuestra personaje principal no ha sabido aprovecharla. Aunque atendió a la llamada dionisíaca de la juventud, el rumbo pérdido de su alma la condujo a que la vida pasara mientras todos las miraban, se encontrara con alguno, cometiera innumerables inmoralidades y no terminara de amar realmente a nadie.
“Parténope, ¿En qué estás pensando?”, le preguntaban siempre sus pretendientes cuando la encontraban mirando al horizonte del mar o al cielo estrellado, con un cigarrillo en su boca y una gestualidad y gracia inconmensurable. Pero no terminaba de revelar nada. Con el paso del tiempo y la pérdida de la juventud, te quedas con la sensación de que su pose escondía un vacío disfrazado de misterio y sabiduría. De que su belleza terminó, finalmente, desarticulada, superada, impotente.
Pero esto solo es lo que me he llevado, por el momento, de Parténope, la última película de Paolo Sorrentino, que vi el día de ayer junto a E. en mi piso. No faltó en ningún momento la exuberancia, el surrealismo, las contradicciones y la belleza que se hace presente en cada toma de la película, elementos característicos del cineasta italiano. Como señala Diego Garrocho, a propósito de la película, “la convocatoria de esta belleza superlativa es total”. Es excesiva, barroca, abrumadora.
Sin embargo, Sorrentino no deja de ser un posmoderno. Deja todo abierto. Puedes salir con una conclusión y su contraria. “El amor como medida de supervivencia ha sido un fracaso, o quizás no”, nos dice Parténope, rompiendo la cuarta pared, con sus ojos vacíos y su sonrisa transfigurante. Por esto, hay quienes odian a Sorrentino. Dicen que es un pretencioso que adorna todo con sus excesos surrealistas, pero que al final no hay más que vacío en sus películas. Por mi parte, tengo que discrepar y me apoyo en Chesterton para hacerlo.
“Decoration is not given to hide horrible things: but to decorate things already adorable. A mother does not give her child a blue bow because he is so ugly without it. A lover does not give a girl a necklace to hide her neck” (Orthodoxy).
La exuberancia se fundamenta en la belleza de lo ya existente. Eso que muestra Sorrentino con sus películas, a mi juicio, no puede estar vacío. Hay algo ahí, aunque él mismo no sea consciente de ello.